El 50% de los matrimonios termina en
divorcio, y, según varios estudios, alrededor del 60% de aquellos que no
se separan, quisieran hacerlo si no temieran a las presiones económicas y
sociales que una separación acarrea y al daño psicológico que los hijos
usualmente experimentan en el proceso. Pero lo triste de este escenario,
no es tanto la desintegración familiar en sí, sino el hecho de que muchas
de estas parejas aún se aman. Se separan simplemente porque la pareja, o
al menos uno de sus miembros, no posee una definición del verbo amar que
concuerde con lo que el corazón humano entiende por amar: el esfuerzo
sincero y constante de ayudar al ser amado a ser feliz, de ayudarlo a
evolucionar en todas las áreas de su vida y de evitarle, en cuanto sea
posible, todo sufrimiento. Lo primero que pueden hacer las parejas que
desean permanecer unidas, es preguntarse cuál es su definición del verbo
amar que puede estar impidiendo que el amor fluya. Esto lo pueden hacer
asociando el verbo amar con la palabra hogar, ya que durante aquel período
de nuestra vida cuando adquirimos la definición del verbo amar, desde que
nacemos hasta los ocho años, amor y hogar fueron vocablos sinónimos.
Para muchos de nosotros la palabra
hogar significó abandono. Por lo tanto, cada vez que comenzamos una
relación afectiva, o cuando nos casamos, saboteamos la relación a través
de la infidelidad, de los celos excesivos
o de la indiferencia, porque según nuestra
programación acerca del amor toda persona que dice que nos ama nos
abandonará tarde o temprano, así que preferimos herirla, abandonarla o
rechazarla antes de que ella lo haga. Y cuando se tienen hijos, repetimos
la misma historia de abandono: o nos vamos de la casa, o nos quedamos pero
criamos los hijos a distancia emocional. Preferimos comprarles televisores
o afiliarlos a Internet en lugar de gastar tiempo con ellos para
conocerlos a fondo, para escucharlos e involucrarnos en sus vidas, para
compartir sabiduría, risas, opiniones, y problemas de toda índole. Es algo
así como decirle al hijo: “Cubro los costos de tu manutención, pero tu
desarrollo interior y tu vida personal me tienen sin cuidado”.
Para otras personas la palabra
hogar, sinónimo de amor, significó miedo y tensión debido a escenas
frecuentes de violencia física o verbal. Consecuentemente, hoy en día
intimidamos a nuestra pareja, o nos dejamos intimidar pensando que esto
significa amar, y debido al miedo que se genera nos negamos el privilegio
de pedir a nuestra pareja lo que necesitamos de ella: diálogo,
sensibilidad, intimidad (es decir no
compartir con extraños los planes, los sentimientos etc. Muy peligroso,
los extraños hablan y dañan el sentimiento y en fin, son extraños)
física y emocional, ternura, recreación familiar,
solidaridad en la crianza de los hijos y en los quehaceres del hogar,
sabiduría en el uso del dinero, etc.. En hogares donde prima esta
definición errónea acerca del amor, los hijos evitan al máximo la compañía
de sus padres, ya que para un menor es todavía más aterrador, que para un
adulto, ver a un mayor encolerizado. Esto los lleva a buscar amor en la
calle, con grupos de amigos que usualmente también viven en hogares
disfuncionales y que en vano buscan en el alcohol y en la droga ese
remanso de paz que debería ser el hogar donde nacieron. Otras se embarazan
o se casan prematuramente con tal de poder salir, lo antes posible, en
busca de alguien que las ame sin que les genere temor.
Según la programación emocional de
otros individuos, hogar significa tristeza, ya que vieron en sus padres, o
en uno de ellos, una profunda insatisfacción con sus vidas de pareja. Por
lo tanto, estas personas entran en relaciones afectivas con mucho
escepticismo y desconfianza, casi convencidos que la palabra amor es una
falacia. Y aunque su realidad les probara lo contrario, seguirían
negándose la oportunidad de amar por la culpabilidad que sienten de ser
más felices que sus padres. Esta actitud derrotista les impide luchar por
establecer un amor que les brinde dicha, y termina arruinando cualquier
relación, a pesar de lo potencialmente hermosa que fuera.
Muchas personas asocian la palabra
hogar, con el acto de criticar constantemente.
En lugar de aceptar incondicionalmente a nuestros seres queridos tratando
de que, con nuestro amor y nuestro ejemplo, obtengan el coraje suficiente
para corregir sus faltas, lo que hacemos es someterlos a una presión
constante para que moldeen su carácter de acuerdo a lo que nosotros
pensamos que debe ser. Esta actitud atrofia el amor que nuestra pareja nos
tiene ya que a través de la crítica constante le infundimos temor de
manifestar sus sentimientos y pensamientos, hasta obligarla a vivir sola y
aislada dentro de sí desde donde comienza a mirarnos como si fuéramos
extraños. Y los hijos criados donde reinaba la crítica y el perfeccionismo
extremo muchas veces se convierten en personas adictas a criticar a los
demás, y que por miedo a ser criticadas o rechazadas por sus congéneres,
renuncian a ser ellos mismos, a escuchar su propio corazón, o terminan
vendiendo su conciencia, sus principios o su cuerpo, con tal de sentirse
aprobados.
Para otros, amar significa dar cosas
materiales y mantener un estilo de vida con muchos lujos superfluos,
aunque ambos padres tengan que trabajar fuera de la casa y dejar a una
extraña a cargo del cuidado infantil, u aunque uno de los padres tenga que
laborar en exceso sacrificando la relación de pareja, la relación con los
hijos, su paz mental y su salud, para mantener ese estándar de vida tan
costoso. Dar más tiempo a lo material que a lo sentimental, tarde o
temprano produce unos vacíos muy dolorosos. Lo positivo de entender que,
por haber adquirido nuestros conceptos acerca del amor cuando éramos
niños, hoy en día seguimos apreciando más lo que usualmente hace feliz a
un niño: la compañía de nuestros seres queridos, la ternura, el buen
trato, la lealtad, los detalles, una comida preparada con amor, un elogio
oportuno, un buen consejo. Las posesiones materiales lujosas no pueden
competir con estos factores. Cuando equiparamos amor con cosas materiales,
nos convertimos en personas utilitarias, manipuladoras y superficiales que
juzgamos y valoramos a nuestra pareja de
acuerdo a lo que posee y a lo que nos puede dar. En el
área sexual, esta actitud se traduce en encuentros íntimos carentes del
esfuerzo por lograr una conexión espiritual (la pena o la poca entrega, no
dar solo que uno quiere dar sino también lo que el otro espera recibir), a
través de palabras y caricias románticas, poéticas y rebosantes de
ternura, y se convierten en encuentros egoístas donde sólo importa el
placer físico, y donde el corazón no se compromete. Fundamentar una
relación de pareja sobre esta filosofía de lo material y de lo externo,
nos hace sentir, tarde o temprano, aislados, emocionalmente estériles y
huecos, condiciones antagónicas con el amor.
Una vez que tomamos conciencia de
nuestras definiciones equivocadas acerca del amor, podemos comenzar a
corregir estas definiciones contaminantes que probablemente ya nos han
causado mucha amargura. Empleando toda nuestra creatividad, y toda nuestra
fuerza de voluntad, buscando ayuda profesional, y si se goza de una vida
espiritual profunda, pidiendo ayuda a nuestro maestro, podemos liberarnos
de todas aquellas definiciones equivocadas que contaminan nuestras
relaciones amorosas. E inmediatamente debemos notificar a nuestra pareja,
si pensamos que aún la amamos, nuestro deseo de cambiar y nuestro deseo de
recibir su ayuda. Esto lo podemos hacer escribiendo una nota como ésta:“Alma amada, en mi corazón tengo por
ti un amor de proporciones divinas, pero debido a mis programaciones
emocionales equivocadas he fallado a la hora de demostrarte lo mucho que
te amo. Hoy tomo conciencia que en lugar de hacerte feliz, te he hecho
sufrir y soy responsable de que nuestro amor esté a punto de morir para
siempre. Te pido disculpas un millón de veces. Te ruego que hagas un
último esfuerzo por quererme, de tal manera que tu cariño me de el coraje
necesario para corregir mis definiciones acerca del amor. Déjame entrar en
tu corazón con el bálsamo de toda mi ternura para ayudarte a sanar las
heridas de que te he causado, y para ayudarte a corregir las definiciones
equivocadas del verbo amar que yo te enseñé a través de mi ignorancia. Y
una vez que recupere tu confianza enséñame a amarte y a luchar por
llenarte de dicha como siempre lo has soñado y como tienes todo el derecho
del mundo por el hecho de ser la reina de mi corazón, la dueña única de mi
cuerpo y aquella amiga al lado de la cual quiero tomar mi último aliento”.