viernes, 18 de mayo de 2012

EMOCIONALMENTE DESNUDO ANTE MI PAREJA

Cuando entregamos nuestro amor, temporalmente se desvanecen las paredes que mucho tiempo atrás habíamos erigido alrededor de nuestro corazón para evitar que nos lastimaran. Es entonces cuando quedamos emocionalmente desnudos y vulnerables y las heridas de antaño que nunca habían sanado por completo, quedan al descubierto. En ese momento dos cosas pueden suceder: nuestro ser amado nos puede ayudar a sanar esas heridas de una vez por todas, o al ignorar que están ahí, las puede agravar una vez más obligándonos a levantar nuevamente las paredes mencionadas que no sólo nos protegen sino que impiden la salida de nuestro amor, aislándonos emocionalmente y vetándonos toda posibilidad de establecer una relación de pareja que goce de una comunicación profunda, que sea honesta y que nos permita comulgar espiritualmente con la persona que amamos. Primero veamos el origen de estas heridas.

Desde que nacemos, nuestros sentimientos comienzan a recibir toda clase de agravios. Por ejemplo, muchos de nosotros crecimos convencidos de que no éramos bienvenidos en el hogar natal. Desde temprana edad pudimos observar la displicencia que nuestros padres expresaban al tener que velar por nosotros. Nos alimentaban con furia, nos gritaban cuando pedíamos la plata para la pensión del colegio o para comprar un par de zapatos, y era evidente el resentimiento que les producía tener que quedarse en casa cuidándonos cuando estábamos enfermos o cuando nadie más lo podía hacer.

Muchos de nuestros padres sin darse cuenta de ello, repitieron con nosotros los mismos errores que nuestros abuelos cometieron con ellos. Nos golpearon coléricamente en repetidas ocasiones, nos intimidaron verbalmente hasta infundirnos pavor de expresar cualquier necesidad, sentimiento u opinión, nos echaron de la casa por cuestionar su autoridad, nos compararon negativamente con nuestros hermanos más inteligentes o de apariencia física más linda, nos dieron responsabilidades de adultos cuando aún éramos niños, nos obligaron a cuidarlos mientras se recuperaban de su embriaguez, ridiculizaron nuestro desarrollo sexual o lo atrofiaron a través del abuso, frente a nosotros fueron infieles y mentirosos enseñándonos así a ser cínicos acerca del amor, nos utilizaron para llevar mensajes de odio entre ellos, rara vez se sentaron a escucharnos para averiguar nuestras angustias o para demostrar interés por nuestro desarrollo interior, nos incumplieron promesas, nos colocaron apodos ofensivos (“el bruto”, “el enano”, “la gallina”, “la inútil”, “la gorda”), llenaron nuestras mentes con prejuicios raciales o socio-económicos que coartaron nuestra libertad para relacionarnos, uno de ellos abandonó el hogar y rara vez llamó para saber de nosotros, infundiéndonos así un miedo intenso a ser abandonados. En el colegio y en el vecindario donde crecimos muchas personas también nos hirieron de maneras parecidas.

Cuando nuestra pareja hace o dice algo que nos recuerda una de estas heridas, nuestra reacción es excesiva y usualmente no corresponde a la circunstancia presente. Lo que en verdad está sucediendo es que la furia y el dolor acumulados y reprimidos por muchos años están saliendo a la superficie. Si queremos impedir que nuestra pareja haga explotar esas minas de dolor que llevamos dentro y nos hiera sin saber que lo está haciendo, si deseamos mantener una comunicación abierta, honesta y auténtica, y si queremos evitar que la persona que amamos nos obligue una vez más a vetar de nuestro corazón toda experiencia amorosa, debemos como primera medida, identificar todos aquellos eventos y circunstancias que lastimaron nuestros sentimientos. Posteriormente, debemos narrar y describir a nuestra pareja los detalles de esas circunstancias y eventos dolorosos, de tal manera que nos ayude a sanar esas heridas a través de su amor incondicional, de sus caricias, de su compasión, de su paciencia, para que evite herirnos nuevamente de formas similares y en caso de que lo haga, sepa lidiar con nuestro dolor y nuestra furia de una manera madura y llena de entendimiento. Esto lo podemos hacer escribiéndole o diciéndole algo así: “Amor mío: ante ti me despojo de toda vanidad y de toda máscara y te expongo las heridas que recibí cuando era joven. Te entrego mi corazón adolorido con la esperanza de que el amor que me des sirva de bálsamo para sanarlo. Trata de no herirme como lo hicieron los que me criaron, ya que jamás quiero levantar barreras protectoras, pero alienantes, entre tú y yo. Sin embargo, si algún día inocentemente tú tocas una de las muchas heridas que mi corazón alberga, trata de entender que no son tanto tus acciones, ni tus palabras, como mi pasado doloroso el que provoca en mí reacciones exageradas e incoherentes. Por lo tanto, cuando esto suceda busquemos rápidamente la manera de esclarecer el malentendido, examinando el pasado para entender la reacción presente, antes que el resentimiento silencioso se apodere de nosotros e impida que nos comuniquemos abiertamente como buenos amigos y amantes. 

Abrázame y bésame al menos veinte veces al día y en especial cuando me veas triste; en esos momentos es probable que esté recordando heridas recibidas durante mi infancia y juventud. Cuando me veas enojado entiende que lo que tengo es temor de que alguien me pueda hacer daño otra vez y es entonces que necesito de tu cariño para poderme calmar. Cuando te cele sin razón sólo estaré expresando el temor que tengo de que me abandones como lo hizo mi padre, así es que por favor infúndeme en esos momentos la sensación de que nunca te irás de mi lado. Frecuentemente, escúchame con atención sin criticarme, sin juzgarme y sin ridiculizarme, y trata de atender las necesidades que te exprese. Mis padres me negaron la satisfacción de muchas de ellas. Ahora necesito que tú me ayudes a llenar los vacíos que esta negligencia dejó. Apóyame y estimúlame para evolucionar cada día más y recuérdame que soy alguien valioso. Nunca me degrades como lo hacían mi padre y mis profesores. Protégeme de aquellos que me quieran herir, como sin darse cuenta lo hicieron mis padres y mis hermanos. Trátame como la madre más amorosa y sabia trata a su hijo idolatrado y predilecto. Yo haré lo mismo por ti”.