Cuando entregamos nuestro amor,
temporalmente se desvanecen las paredes que mucho tiempo atrás habíamos
erigido alrededor de nuestro corazón para evitar que nos lastimaran. Es
entonces cuando quedamos emocionalmente desnudos y vulnerables y las
heridas de antaño que nunca habían sanado por completo, quedan al
descubierto. En ese momento dos cosas pueden suceder: nuestro ser amado
nos puede ayudar a sanar esas heridas de una vez por todas, o al ignorar
que están ahí, las puede agravar una vez más obligándonos a levantar
nuevamente las paredes mencionadas que no sólo nos protegen sino que
impiden la salida de nuestro amor, aislándonos emocionalmente y vetándonos
toda posibilidad de establecer una relación de pareja que goce de una
comunicación profunda, que sea honesta y que nos permita comulgar
espiritualmente con la persona que amamos. Primero veamos el origen de
estas heridas.
Desde que nacemos, nuestros
sentimientos comienzan a recibir toda clase de agravios. Por ejemplo,
muchos de nosotros crecimos convencidos de que no éramos bienvenidos en el
hogar natal. Desde temprana edad pudimos observar la displicencia que
nuestros padres expresaban al tener que velar por nosotros. Nos
alimentaban con furia, nos gritaban cuando pedíamos la plata para la
pensión del colegio o para comprar un par de zapatos, y era evidente el
resentimiento que les producía tener que quedarse en casa cuidándonos
cuando estábamos enfermos o cuando nadie más lo podía hacer.
Muchos de nuestros padres sin darse
cuenta de ello, repitieron con nosotros los mismos errores que nuestros
abuelos cometieron con ellos. Nos golpearon coléricamente en repetidas
ocasiones, nos intimidaron verbalmente hasta infundirnos pavor de expresar
cualquier necesidad, sentimiento u opinión, nos echaron de la casa por
cuestionar su autoridad, nos compararon negativamente con nuestros
hermanos más inteligentes o de apariencia física más linda, nos dieron
responsabilidades de adultos cuando aún éramos niños, nos obligaron a
cuidarlos mientras se recuperaban de su embriaguez, ridiculizaron nuestro
desarrollo sexual o lo atrofiaron a través del abuso, frente a nosotros
fueron infieles y mentirosos enseñándonos así a ser cínicos acerca del
amor, nos utilizaron para llevar mensajes de odio entre ellos, rara vez se
sentaron a escucharnos para averiguar nuestras angustias o para demostrar
interés por nuestro desarrollo interior, nos incumplieron promesas, nos
colocaron apodos ofensivos (“el bruto”, “el enano”, “la gallina”, “la
inútil”, “la gorda”), llenaron nuestras mentes con prejuicios raciales o
socio-económicos que coartaron nuestra libertad para relacionarnos, uno de
ellos abandonó el hogar y rara vez llamó para saber de nosotros,
infundiéndonos así un miedo intenso a ser abandonados. En el colegio y en
el vecindario donde crecimos muchas personas también nos hirieron de
maneras parecidas.
Cuando nuestra pareja hace o dice
algo que nos recuerda una de estas heridas, nuestra reacción es excesiva y
usualmente no corresponde a la circunstancia presente. Lo que en verdad
está sucediendo es que la furia y el dolor acumulados y reprimidos por
muchos años están saliendo a la superficie. Si queremos impedir que
nuestra pareja haga explotar esas minas de dolor que llevamos dentro y nos
hiera sin saber que lo está haciendo, si deseamos mantener una
comunicación abierta, honesta y auténtica, y si queremos evitar que la
persona que amamos nos obligue una vez más a vetar de nuestro corazón toda
experiencia amorosa, debemos como primera medida, identificar todos
aquellos eventos y circunstancias que lastimaron nuestros sentimientos.
Posteriormente, debemos narrar y describir a nuestra pareja los detalles
de esas circunstancias y eventos dolorosos, de tal manera que nos ayude a
sanar esas heridas a través de su amor incondicional, de sus caricias, de
su compasión, de su paciencia, para que evite herirnos nuevamente de
formas similares y en caso de que lo haga, sepa lidiar con nuestro dolor y
nuestra furia de una manera madura y llena de entendimiento. Esto lo
podemos hacer escribiéndole o diciéndole algo así: “Amor mío: ante ti me despojo de
toda vanidad y de toda máscara y te expongo las heridas que recibí cuando
era joven. Te entrego mi corazón adolorido con la esperanza de que el amor
que me des sirva de bálsamo para sanarlo. Trata de no herirme como lo
hicieron los que me criaron, ya que jamás quiero levantar barreras
protectoras, pero alienantes, entre tú y yo. Sin embargo, si algún día
inocentemente tú tocas una de las muchas heridas que mi corazón alberga,
trata de entender que no son tanto tus acciones, ni tus palabras, como mi
pasado doloroso el que provoca en mí reacciones exageradas e incoherentes.
Por lo tanto, cuando esto suceda busquemos rápidamente la manera de
esclarecer el malentendido, examinando el pasado para entender la reacción
presente, antes que el resentimiento silencioso se apodere de nosotros e
impida que nos comuniquemos abiertamente como buenos amigos y amantes.
Abrázame y bésame al menos veinte veces al día y en especial cuando me
veas triste; en esos momentos es probable que esté recordando heridas
recibidas durante mi infancia y juventud. Cuando me veas enojado entiende
que lo que tengo es temor de que alguien me pueda hacer daño otra vez y es
entonces que necesito de tu cariño para poderme calmar.
Cuando te cele sin razón sólo estaré expresando
el temor que tengo de que me abandones como lo hizo mi padre,
así es que por favor infúndeme en esos momentos la sensación de que nunca
te irás de mi lado. Frecuentemente, escúchame con atención sin criticarme,
sin juzgarme y sin ridiculizarme, y trata de atender las necesidades que
te exprese. Mis padres me negaron la satisfacción de muchas de ellas.
Ahora necesito que tú me ayudes a llenar los vacíos que esta negligencia
dejó. Apóyame y estimúlame para evolucionar cada día más y recuérdame que
soy alguien valioso. Nunca me degrades como lo hacían mi padre y mis
profesores. Protégeme de aquellos que me quieran herir, como sin darse
cuenta lo hicieron mis padres y mis hermanos. Trátame como la madre más
amorosa y sabia trata a su hijo idolatrado y predilecto. Yo haré lo mismo
por ti”.