No existe un perfil tipo del jugador compulsivo: la enfermedad puede afectar a cualquier persona, sea hombre, mujer, joven o mayor. Pero se ha demostrado que la mayoría de los casos suele tener en común una personalidad marcada por la inmadurez y una tendencia hacia la depresión. En los últimos años se ha notado una mayor incidencia de la enfermedad entre los jóvenes debido al auge de los videojuegos y de Internet.
El ludópata no es el único que sale perjudicado por el juego, su entorno familiar se va deteriorando a medida que él se adentra en la enfermedad. El estado de locura del jugador patológico le lleva a mentir, estafar y endeudarse. Llega un punto en el que se cree sus propias mentiras y se va aislando del resto de la sociedad pensando que nadie lo entiende. En el juego encuentra una escapatoria y un desahogo a sus problemas.
El camino de salida de este callejón es difícil y largo y los especialistas reconocen que esta adicción no se puede curar, pero existen mecanismos para controlarla y detenerla.
Las asociaciones o grupos de autoayuda y las unidades de tratamiento del juego patológico que hay en algunos hospitales españoles (Ramón y Cajal en Madrid y Bellvitge en Barcelona) ofrecen como principal técnica una terapia de grupo para que los jugadores compulsivos controlen su adicción. Pero hay un requisito básico: el jugador tiene que ser consciente de que está enfermo y de que necesita ayuda para superarlo.
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