viernes, 18 de noviembre de 2011

El amor a través del tiempo y los sentidos

Podemos diferenciar básicamente dos tipos de estímulos desencadenantes o favorecedores del proceso de atracción sexual: los estímulos internos, provenientes del propio organismo del individuo, y los estímulos externos, procedentes del medio que le rodea y que el individuo capta a través de sus sentidos.

En el ser humano, a diferencia de los animales, los estímulos internos juegan un papel ínfimo en comparación con los externos. Pensemos que si la conducta sexual del hombre dependiera de sus variaciones hormonales, las mujeres únicamente mantendrían relaciones sexuales durante los días de la ovulación y los hombres sólo se sentirían atraídos por sus mujeres en esos días. Esto comporta que las vivencias sexuales del hombre pueden ser mucho más ricas en sensaciones que las de cualquier animal.

Nariz y sexo

El olor es uno de los más poderosos estímulos sexuales. Como factor de atracción y estimulación de la conducta sexual se halla extendido entre numerosas especies animales. Las sustancias sexuales odoríferas, denominadas feromonas (no tienen que ver con las hormonas), son segregadas por las hembras y captadas por los machos de la misma especie.

Numerosos estudios han establecido sus mecanismos de funcionamiento en especies no humanas; por ejemplo, se ha comprobado la decisiva capacidad de atracción de los olores genitales femeninos en ratones, vacas y monos.

Sabemos que la hembra humana segrega también sustancias similares a las feromonas y que estas sustancias experimentan variaciones cíclicas con el ciclo menstrual. Se discute, de todas maneras, hasta qué punto los machos humanos son capaces de detectarlas. Con la evolución, las estructuras olfativas del hombre han quedado materialmente enterradas en la parte más profunda del cerebro, bajo siglos de cultura, bajo años de aprendizaje, de educación y de evitación de «malos olores». Por este motivo, la atracción o el desagrado ante determinados olores del cuerpo admite amplísimas variaciones.

Mientras que muchos individuos encuentran eróticamente estimulantes los olores genitales, a otros les resultan ofensivos porque los asocian a la falta de higiene.

Gritos y susurros

La extensión e importancia del sentido del oído en el proceso de atracción sexual es tal, que pocas especies animales prescinden de él para estimular el apareamiento. Las salamanquesas emiten una llamada chirriante, los pájaros un trino arrullador pero insistente, el puerco espín un gruñido penetrante, los monos un chasquido de labios que precede y acompaña la actividad sexual. Cada especie posee sus propios sonidos sexuales.

En el hombre, la aparición del lenguaje supone un paso mucho más avanzado como medio de solicitud sexual y el uso de frases y canciones amorosas constituye uno de los preliminares más habituales.

Hay que constatar, de todos modos, la tremenda complejidad —y ambigüedad— que puede alcanzar el lenguaje en lo tocante a la demanda sexual. La ambigüedad verbal es debida al curioso hecho de que casi todas las sociedades humanas evitan las referencias verbales directas a la actividad sexual en las conversaciones que se suponen serias, pero en la intimidad, liberado el cerebro de la carga social, una frase erótica, susurrada al oído, puede resultar tan incitadora como un bramido de elefante en la inmensidad de la selva.

El tacto: la piel con la que amamos

La superficie sensible del cuerpo humano, con aproximadamente dos metros cuadrados de extensión, es, podríamos decir, el mayor órgano sexual del hombre. Acariciar el cuerpo o, particularmente, los genitales del otro es una forma muy extendida de comportamiento que constituye con frecuencia uno de los pasos previos a las relaciones sexuales. Las caricias, como otras conductas sexuales, no están limitadas a la especie humana, sino que son características de todos los primates y de algunos mamíferos inferiores. Estos últimos, aunque incapaces de las elaboradas caricias propias de los primates, desarrollan otras formas de estimulación corporal, generalmente a base de fricciones con la lengua o el hocico. En el hombre, la necesidad innata de contacto corporal viene moldeada por las enseñanzas sociales, que en general rechazan este contacto a menos que se busque un acercamiento sexual, porque incluso en las sociedades occidentales más permisivas hallamos el mito más o menos soterrado de que cualquier contacto físico debe conducir a la relación sexual.

Este tipo de creencias afectan más especialmente al hombre que a la mujer. Hay cierta tolerancia hacia el hecho de que la mujer solicite ser abrazada o besada (aunque a partir de aquí puede haber hombres que se irriten si ya no quiere «seguir adelante»), pero no nos imaginamos que un hombre haga esta clase de requerimientos para quedarse sólo en ellos. Esta idea está tan profundamente enraizada que muchos hombres rechazan iniciar cualquier contacto físico que no les conduzca al sexo. Es como empezar algo que no pueden terminar como es debido. Por ello encontramos hombres con problemas sexuales que no besan, abrazan ni acarician a su pareja. ¿Para qué?, piensan ellos. Este modelo de comportamiento impide que muchas parejas disfruten del placer que puede proporcionar el solo hecho de dar y recibir caricias, aparte de constituir un mecanismo de presión y exigencia sobre el hombre para que responda sexualmente.

Un paso fundamental en la terapia de las disfunciones sexuales lo constituye la llamada focalización sensorial, que consiste precisamente en enseñar a las parejas a romper este molde, practicando una sexualidad sin expectativas definidas y sin exigencias.

Así, el contacto físico adquiere un sentido en sí mismo y no en función de los resultados que se espera obtener. Es conveniente, por tanto, olvidarse de los genitales y lograr que toda la piel se convierta en un órgano de comunicación sexual.

Sabor a ti: el gusto y la atracción

 En los animales, el sentido del gusto es posiblemente el que más indirectamente interviene en la atracción sexual. En cualquier caso, las conductas alimentarias son usadas como medio de galanteo, no por la ingestión del alimento en sí, sino por el ritual que suponen como método de incitación a la cópula. Hallamos este comportamiento en diversas aves y en primates.

El hombre hace un uso parecido de la alimentación como medio de atracción erótica. La invitación a comer, el ritual de la comida, están totalmente incorporados al proceso de seducción en nuestra sociedad contemporánea. Durante la comida también se ponen en marcha sentidos como el olfato o la vista, y no olvidemos la apariencia decididamente erótica de algunos alimentos. Otro aspecto importante es el efecto estimulante que la comida puede ejercer por sí misma.

Dejando aparte el controvertido tema de los afrodisíacos, parece claro que la congestión del abdomen y la pelvis, junto con la sensación de ligero sopor que se produce tras una comida más o menos copiosa, pueden ser favorecedores de una actitud más proclive al encuentro sexual.

Destaquemos por último la relación entre el sentido del gusto y el erotismo oral. Es indiscutible que cuando besamos, lamemos o chupamos también sentimos, y esta sensación constituye, cuando el sabor y la situación resultan agradables, un elemento importante de atracción erótica.

El beso

Besarse es una demostración de cariño prácticamente universal. En algunos casos es simplemente un saludo algo impersonal; en otros, una expresión de respeto o más bien de amor y en muchas ocasiones es un acto erótico que expresa e incrementa el deseo.

¡Cuántas y hermosas variantes puede tener el beso!: suave e intenso, de larga duración, ligero y de corta duración, asociado a mordiscos y lametones. En cualquier caso es una de las formas más bellas y preciosas de comunicarse afectivamente, pudiendo ser un acto altamente satisfactorio y completo en sí mismo. Pero nunca debe interpretarse como el inicio de una secuencia ritual a la que seguirá, casi obligatoriamente, el acto sexual.

El beso puede tener infinitas variantes. Algunos se limitan a besar los labios de su pareja, Otros besan en todas las partes del cuerpo y reaccionan intensamente ante las diversas presiones y duraciones. Lo importante es abandonarse a sus dulzuras y al placer que proporciona tanto el darlo como el recibirlo.

Ver para sentir

La vista es, probablemente, la fuente de estimulación sexual más importante que existe tanto en el hombre como en numerosas especies animales.

Aunque sólo el hombre es capaz de formular pensamientos abstractos como belleza o fealdad, muchos animales demuestran preferencia hacia determinadas características físicas de sus parejas sexuales. En los humanos existen numerosos estímulos visuales, involucrados en la atracción sexual, que van mucho más allá de la mera visión de los genitales del sexo opuesto. La forma de moverse, una mirada, un gesto, incluso la forma de vestirse, son estímulos que, en cuanto que potencian la capacidad de imaginación del ser humano, pueden resultar más atractivos que la contemplación sin más de los genitales desnudos.

Un tema frecuentemente comentado es la mayor capacidad del hombre, respecto a la mujer, para ser sexualmente estimulado a través de los estímulos visuales. ¿A qué son debidas estas diferencias?

Aunque aún no hay datos concluyentes al respecto, algunas investigaciones apuntan la posibilidad de una organización nerviosa distinta para cada sexo, de modo que las mujeres tendrían una mayor capacidad verbal, por lo que serían más sensibles a los estímulos verbales complejos, y los hombres una mayor capacidad de percepción espacial, lo que comportaría una mayor capacidad de excitación mediante estímulos o fantasías directamente visuales. Hay que pensar, de todos modos, que mientras la educación y la presión social y ambiental que recibe cada sexo sean tan distintas, resulta dificultoso discriminar hasta qué punto estas diferencias son producto de una fisiología distinta o, por el contrario, del condicionamiento al que cada sexo está sometido desde el momento mismo del nacimiento.

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