martes, 8 de noviembre de 2011

APRENDER A MARCHARSE

A veces hay que viajar muy lejos para volver a casa.


Como dijo Nietzsche: «Hay que aprender a callar y aprender a marcharse. De cualquier lugar donde una determinada contradicción toque a la vida y deje sin aire a nuestro ser, hay que marcharse.» Nuestra familia de origen puede o no ser el mejor espacio donde crecer. Podemos encajar bien en ella o sentirnos extraños y fuera de lugar. Puede darnos amor o no. Pero, en todo caso, no tiene la responsabilidad de lo que hagamos o dejemos de hacer el resto de nuestra vida. Quizá nos condicione fuertemente, pero no nos determina.

Un pájaro vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano. Se había acostumbrado a estar ahí. Comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo. Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre. Un día un gran ventarrón destruyó su guarida. El árbol podrido fue tragado por el cieno y el pájaro se dio cuenta de que iba a morir. En un deseo repentino de salvarse, comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo. Le costó mucho trabajo, porque había olvidado cómo volar, pero se enfrentó al dolor del entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso.

Es inteligente no esperar a que se hunda el árbol podrido para volar hacia nuevos y mejores territorios. Fuera del pantano existen muchos espacios sanos, fértiles y hermosos.